Quiero abordar varios malentendidos que constato en mis conversaciones con hombres, con relación al feminismo y a las mujeres.
Primero, a los hombres que leen este escrito les pido que abandonen cualquier arma y lean de la manera más desprevenida y humilde que puedan. Para entender el feminismo es necesaria la voluntad de comprensión y eso implica salirse de sí mismo para considerar al otro como sujeto provisto de razón. Dicho esto, yo no pienso conveniente pretender que todos los hombres deban ser feministas, pero sí me parece fundamental que los hombres entiendan el feminismo para que dejen de pensar que necesitan entender a las mujeres.
Queridos hombres, entender el feminismo les quitará muchas cargas y les permitirá vivir en mejor armonía con el mundo.
Capítulo 1: el privilegio de ser hombre.
Lo primero que les voy a pedir es que entiendan su privilegio masculino. En términos feministas, el privilegio masculino se traduce en toda construcción social que asume al género masculino como “Uno” y al género femenino como “Otro”. Esta construcción es perfectamente bien detalla por Simone de Beauvoir en su célebre obra “el segundo sexo”. En términos generales, ese privilegio se construyó desde antes de la era cristiana, pero adquirió una fuerza determinante en la concepción judeocristiana de la creación (en la reescritura del génesis), pues supone que Adán fue creado primero, a la imagen y semejanza de Dios, y de una costilla suya fue creada Eva. Resulta también interesante leer la primera versión del génesis, en la cual el hombre y la mujer habían sido creados a la imagen y semejanza de Dios y no uno antes que el otro y preguntarnos, ¿por qué esa interpretación no trascendió en el tiempo y por qué se reescribió? para una feminista como yo, esa explicación de la creación no solo es absurda sino tremendamente perjudicial, pues es la base de un privilegio masculino “sagrado”. Si avanzamos que la génesis es una representación meramente simbólica, es innegable que ese símbolo ha trascendido los siglos para afirmar al hombre como sujeto esencial y a la mujer como sujeto accesorio.
En términos prácticos, ese privilegio masculino constituye casi que toda construcción social actual y se puede evidenciar en frases de uso común, por ejemplo, ya que acaba de pasar el día internacional de la mujer, quiero invitarlos a pensar en algo: decir “feliz día a esas mujeres sin las cuales no seríamos nada” ¿no les parece un poco ilógico? [Bio] lógicamente, es sabido que sin la mujer no existe el hombre (y del mismo modo en el sentido contrario), de manera que esa frase solo tiene un sentido complaciente pues sublima una cualidad que en realidad no existe. Ahora, pensemos en el fondo del asunto. Para una feminista, una frase como estas da por sentada la existencia del hombre, úbicandolo como sujeto esencial y prolonga la idea de existencia secundaria de la mujer (yo no los culpo porque la culpa es de Adán) y eso se refleja en otras frases de tipo “feliz día a las mujeres que dan felicidad, luz, color, amor, etc., a nuestras vidas” ahora, ustedes me pueden decir que entonces ya no pueden decir nada y yo les respondo que no sean histéricos, ¿cuantos ejemplos no podremos encontrar a lo largo de la historia en que la comprensión de una realidad ha cambiado radicalmente, transformando a su paso nuestros discursos? yo los invito a abandonar esa tendencia a transformar toda prerrogativa femenina en capricho, olviden por unos instantes el privilegio de imponer su visión del mundo y consideren el fondo del asunto. Dejen por favor de decir que ustedes aman a las mujeres porque tienen madres, hermanas, hijas, tías, etc., porque eso es una bobada que no hace sino quitarle el justo valor a las mujeres. Cuando sean conscientes de la desigualdad tan tremenda que existe, con seguridad encontrarán frases que tengan sentido y respeten a la mujer como sujeto autónomo. Para entender mejor esa desigualdad, hoy quiero abordar la primera de ellas: la diferencia salarial.
A trabajo igual… salario diferente.
Desde que las mujeres accedieron al trabajo pago, que, en el caso de Francia y Colombia, remonta a mediados del siglo XIX, los salarios femeninos han sido considerablemente inferiores a los de los hombres. Es ampliamente registrado que muchos patrones en la época aprovechaban el rol marginal de la mujer para establecer salarios abusivamente bajos, pues sabían que ellas tenían la necesidad de trabajar para sostener a sus hijos (de hecho contrataban principalmente a mujeres viudas), por eso, la revolución proletaria que tanto recordamos los 8 de marzo fue fundamental para el movimiento feminista, pues si ya los hombres eran explotados, las mujeres lo eran el doble. Además, cuando las mujeres empezaron a obtener una cierta independencia, en el siglo XX, muchas prefirieron ser explotadas si eso significaba obtener su autonomía económica para no depender de sus esposos y esa lógica ha mantenido, tal vez, la creencia actual de muchas mujeres que las lleva a trabajar sin exigir mucho, pues lo importante es no depender económicamente de los esposos. Entiendan en este punto que las opciones para las mujeres eran pocas, renunciar a un trabajo era renunciar a cualquier posibilidad de libertad. Un hombre, no esclavo, tenía por lo menos la posibilidad de existir por fuera de un trabajo indigno. Otro fenómeno que resulta interesante es el de la mujer burguesa, pues desde principios del siglo XIX, su sometimiento al hogar respondía a otras construcciones: que la mujer no trabajara era sinónimo de riqueza y motivo de orgullo para los hombres, pues se relacionaba directamente con su honor. Esa concepción me parece muy interesante, porque explica un cierto arribismo que ha permeado las diferentes clases sociales. Aún hoy en día, muchos hombres prefieren trabajar el doble y además limitar las posibilidades de tener una mejor comodidad de vida para probar su virilidad, impidiéndole a la mujer que trabaje. El hombre es esclavo de una construcción burguesa tonta.
“Creer la historia oficial, es fiarse de la palabra de criminales” Simone Weil.
Para entender la importancia del trabajo en la conquista de la independencia, piensen en esa época en la que se vive bajo el control y el cuidado de los padres. Los hijos son considerados incapaces de gestionar su propio dinero y eso los “somete” a las reglas establecidas por los padres, es el acuerdo implícito: a cambio de comodidad, comida y techo se espera obediencia. Pues esa dinámica ha sido tradicionalmente aplicada a las mujeres, incluso adultas y legalmente capaces. En realidad, la mujer adulta que no puede “ver por ella misma” pasa de la custodia del padre a la custodia del esposo. ¿No les parece terrible esa figura de la eterna dependiente? muchas feministas atacamos la idea de infantilizar a la mujer, porque vemos ahí una reproducción de esa presunta incapacidad de la mujer para ser adulta, que tanto daño nos ha hecho.
La importancia de la independencia económica ha sido detallada por feministas como Virginia Woolf y más radicalmente por Simone de Beauvoir, quien dedicó todo un capítulo de su libro el segundo sexo a “la mujer independiente”, convirtiéndose en un bastión de la lucha feminista. Sostiene básicamente que la mujer, para ser libre, debe ser independiente y esa independencia pasa por el trabajo y el dinero propio. Para entender este concepto mejor, es tal vez importante que piensen en el largo camino que hemos vivido las mujeres para llegar a una reflexión tan sencilla, en apariencia. Por favor intenten entender que aún en el siglo XX, que es ayer, la mayoría de las mujeres en el mundo no tenían ni siquiera el derecho a tener una cuenta bancaria propia (aun teniendo ingresos propios) y que, de hecho, legalmente, ni siquiera los hijos le pertenecían, pues éstos eran considerados propiedad del padre.
Claro que hubo un momento próspero, es decir, en el que las mujeres lograron obtener una amplia participación en el mundo laboral y este fue, tristemente, durante la guerra, especialmente la segunda guerra mundial (1939-1945). En todos los países involucrados en esa guerra, el empleo femenino aumentó el doble, eso incluyó trabajos tanto al interior como al exterior de la armada además de su participación fundamental en el cuidado del hogar, es decir, doble trabajo.
Esa prosperidad terminó con el fin de la guerra y el regreso de los hombres a sus puestos de trabajo habituales y algunos nuevos, pues incluso trabajos primordialmente femeninos fueron acaparados por hombres ávidos de recursos y en el marco de políticas de promoción de la natalidad, condicionando el repoblamiento al regreso de las mujeres al hogar.
Los años que prosiguieron la segunda guerra mundial fueron importantes, en cuanto varias teorías funcionalistas encontraron en una interpretación acomodada de Freud, la justificación para mantener ese privilegio del que les hablo. Es decir, la mujer de los años 50 (la de la foto), fue creada en función de su esposo y esas teorías funcionalistas de las que les hablo sostenían que no podría ser de otro modo, pues afirman que la mujer ha nacido para ser madre y esposa y es el único rol en el que se puede sentir plena. Les cuento, queridos hombres, que ese es el resultado de una imagen creada en una gran medida por los mismos hombres, pues esa imagen de la mujer “ama de casa” fue vehiculada en buena parte a través de revistas para mujeres, coincidiendo con un cambio editorial fundamental: las mujeres, que hasta 1945 escribían en esas revistas sobre libertad e independencia, fueron reemplazadas por hombres que volvieron de la guerra y plasmaron su propia idea de mujer a través de esas plataformas de comunicación. La feminista que soy yo, les aconseja leer “la mística de la feminidad” de Betty Friedan, pues ella aborda en su obra ese fenómeno que les describo y uno peor: la falta de sustancia en la vida de las mujeres de los anos 50 y 60, condujo a una ola de depresiones severas, traducidas en alcoholismo, drogadicción y un letargo fatal. Si ya vieron la serie de Netflix, “The Queen’s Gambit”, podrán reconocer esa imagen en casi todas las mujeres representadas en la serie, a excepción de Harmon.
Hoy en día, esa desigualdad se mantiene, claro con algunos avances considerables. Dos datos interesantes: según el observatorio de igualdad de género de América Latina y el Caribe, en América Latina, 28.6% de las mujeres no tienen ingresos propios contra 10.4% de los hombres y según datos oficiales de Naciones Unidas, la brecha salarial de género es del 23% a nivel mundial y en todas las regiones del mundo las mujeres tienen salarios más bajos que los hombres. Esto significa que en una buena medida, la mujer sigue siendo económicamente dependiente del hombre.
Para terminar, quiero que sepan que una feminista como yo es consciente de que ese privilegio masculino es un privilegio “a pesar de” ustedes, es decir, ninguno de ustedes, hombres, decidió nacer hombre para gozar de ese privilegio y una feminista como yo les dice que, hoy en día, el hombre que niegue ese privilegio masculino hace prueba de arrogancia. Es tan clara la conciencia de ese privilegio que ustedes mismos replican frases como “menos mal no fui mujer”, “ser mujer es muy duro”, “ojalá que sea varón, porque las mujeres vienen a este mundo a sufrir”, etc. hoy les quiero proponer, que en lugar de padecerse complacientemente del género femenino, hagan prueba de inteligencia y dejen de escudarse en que no es su culpa, porque no se trata de eso. Ninguna mujer ha decidido nacer mujer para ser oprimida, entonces, simplemente es cuestión de entender que lo que los hace a ustedes privilegiados, es lo mismo que nos hace a nosotras menos privilegiadas: una construcción criminal de la historia.
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