« soy mujer, pero no estoy de acuerdo con ustedes, las feministas ». He escuchado esta frase con bastante frecuencia y debo reconocer que esa frase me duele. Después de tanto escucharla y de haber librado algunas batallas viscerales para defender el feminismo, esta vez quiero cuestionarme. Me he hecho las siguientes preguntas: ¿por qué me duele tanto el rechazo del feminismo por parte de una mujer?, ¿qué es tan obvio sobre el feminismo para que su rechazo me parezca incomprensible?, ¿Por qué el feminismo es un principio universal para mí?

No es fácil cuestionarse y sobre todo verse a través de los ojos del otro. No estoy segura de poder llegar a una visión 100% objetiva de mí misma, pero haré lo mejor que pueda, es decir, seré honesta.

Empecemos por mi despertar al feminismo. No sé cuándo decidí hacerme feminista, además no sé si te haces feminista o si te identificas como tal … Prefiero el “hacerse”, pensando en mi querida Simone de Beauvoir (“la mujer no nace, se hace”), porque tal como para hacerse mujer, muchos elementos externos influyen en el hacerse feminista. 

No sé exactamente cómo surgió el feminismo en mi, pero la lectura tuvo algo que ver. Siempre me ha gustado leer, antes lo hacía sin ninguna disciplina, debo confesarlo. En estas lecturas espontáneas me topé con Simone de Beauvoir por pura casualidad. Fue en el 2015. Compré un libro en un pequeño mercado de libros que se hace – o hacía- todos los sábados en un parque del 15° distrito de París, llamado George Brassens. Nunca lo olvidaré, el libro estaba casi deshojado, pero su aspecto original y usado me llamó la atención, era un libro que había vivido mucho y ese largo trayecto que quise imaginar me llenó de ilusión.  Así que tomé « la force de l’âge » de Simone de Beauvoir. ¡Era enorme! 760 páginas para leer, en ese momento me desanimé bastante rápido, debo admitirlo. Sin embargo, leí un buen centenar de páginas que me dieron la primera pista: las mujeres tenemos en común, mucho más de lo que pensamos. La muy joven Simone, de una época completamente desconocida para mí, lograba, con su genialidad, que olvidara que era ella quien escribía, muchas veces sentía que me hablaba a mi y otras que era yo quién hablaba. Su experiencia me fue tan familiar que, al final, su ambición de libertad echó raíces en algún lugar de mi cabeza.

En ese momento no entendía para nada su compromiso feminista, solo estaba leyendo las vivencias en la vida de una mujer con la que podía identificarme (¡no en su enorme bagaje intelectual, claro!), pero solo hoy comprendo el peso de esta lectura en mi camino hacia el feminismo.

Durante varios años, el feminismo fue solo un concepto que creció cada vez más en mi vida diaria. Instintivamente defendí el feminismo, porque en mi lógica básica, el feminismo defendía a las mujeres, por lo tanto a mí. Sin embargo, la etiqueta de “feminista” traducía para mí, una carga mas bien negativa que impedía que me reconociera como tal. Era un cierto miedo al qué dirán. Haciendo un examen de conciencia, pienso que  ese miedo desapareció gracias a la lengua francesa. ¡No es broma! De hecho, no siendo el francés mi lengua materna, toda la información que leía la trataba como simples frases. Al aprender un idioma, es más fácil identificar la “buena fé” que la “mala fé”. Así que las frases de doble sentido, la retórica, la hipocresía, la arrogancia, son más difíciles de entender rápidamente. De repente, en frases como « esas feministas mostrando los pechos », las « esas » no tenían para mí ninguna intención de juicio, de diferenciación, incluso de exclusión. Para mí, « esas » era solo un pronombre demostrativo. Me había liberado del juicio intencional del idioma. Antes de llegar a Francia, si el feminismo tenía una carga negativa para mí, era a causa de esa capacidad de comprender lo explícito en lo implícito. En esa carga negativa implícita, hay que decirlo, los medios de comunicación juegan un papel importante.

Esa carga negativa ahora me es mucho más evidente en Francia, pero sigue siendo terriblemente pesada en Colombia. Existe un desconocimiento enorme con respecto al feminismo, porque existe primero una ignorancia generalizada con respecto a las mujeres. ¿Por qué puedo asegurarles que se trata de un desconocimiento generalizado sobre las mujeres? vuelvo aquí a mi viaje por el feminismo. Un camino marcado más por la filosofía que por cualquier otra cosa. Casi simultáneamente, el interés filosófico y el feminista, despertaron en mí.

Todo comienza con la cuestión fundamental del ser. Entonces, ¿quién soy como mujer? ¿Qué es ser mujer? y ¿por qué me veo como tal? Me hice estas preguntas por un mecanismo inverso a aquel que me permitió abordar el feminismo sin prejuicios. Una vez dominado el idioma, entendí lo implícito en los discursos, sentí el desamparo, escuché los gritos, entendí la rabia. Escuché a las mujeres quejarse y las entendí porque me proyecté. Había tanta belleza en el desamparo de estas mujeres, tanta poesía y tanta inteligencia que no podía quedarme indiferente.

Tres mujeres me mostraron el camino del feminismo: confié en Simone de Beauvoir, cuya inteligencia absoluta me cautivó. ¿cómo permanecer indiferente ante la evidente construcción de la mujer como ser adicional y dependiente del hombre? ¡Era obvio que lo había ignorado durante demasiado tiempo! Fue una revelación leer cómo a través del psicoanálisis (la mujer, al no tener pene, se siente frustrada), la historia (la exclusión de la mujer del « mitsein » humano) y el mito (« la mujer resume la naturaleza como Madre, Esposa e Idea »), la mujer se creó sólidamente para su propia desventaja, es decir, para mi propia desventaja.

Luego Virginia Woolf. Me era imposible permanecer indiferente ante este descubrimiento: la conciencia del « yo » no es evidente en las mujeres. Las mujeres carecen tanto de tiempo que puedan dedicarse a pensar en sí mismas como de un espacio físico, íntimo y propio para su entera satisfacción. Esposa y madre, el espacio de la mujer es el espacio común destinado a las actividades de su familia y si alguna vez encuentra un espacio para pensar en sí misma, sus obligaciones hacia su familia ocupan un lugar más importante que estos pocos minutos que ella tendría para pensarse. Pensar en sí misma como ser. No podía quedarme indiferente ante estas mujeres, quienes siendo maravillosas escritoras, nunca tuvieron un espacio propio para ello y tuvieron que escribir de forma anónima para ser publicadas, solo porque eran mujeres. 

También descubrí a Betty Friedan, cuya obra « The Feminine Mystique » traducía paso a paso todos los comportamientos de toda una generación de mujeres a mi alrededor. ¿Cómo no sorprenderse al descubrir que los años 60 moldearon esta perfecta « ama de casa estadounidense », con base en teorías psicoanalíticas obsoletas y absurdamente inconsistentes? Y aún hoy prevalece esta idea que despoja de toda validez la frustración femenina, haciéndola pasar por capricho. 

Estas fueron mis tres “pioneras” pero claro no las únicas, ni las últimas. Para los fines de este escrito, bastará con contarles que lo más importante en estas lecturas, no fue el feminismo, fue la filosofía de Simone de Beauvoir, la poesía de Virginia Woolf y la curiosidad de Betty Friedan. 

A través de la lectura, creamos mil mundos imaginarios y esa es toda su belleza, pero puede ser difícil cuando te enfrentas a la realidad. Abrir un libro, leer que en los siglos XVIII, XIX y XX, las mujeres lucharon por ser reconocidas como seres con derechos, aún a riesgo de perder sus vidas, cerrar el libro, verse en pleno siglo XXI y darse cuenta de que la condición de la mujer, que si bien ha evolucionado para su ventaja en muchos países del mundo, sigue siendo una enorme decepción de cara a siglos de activismo feminista, es un duro golpe de realidad. 

Por eso me cuesta tanto entender a una mujer que se llama a sí misma « antifeminista ». Pienso que el miedo al feminismo es, ante todo, el resultado de un deseo no confesado de libertad e independencia, el miedo al vacío del “yo”. En una buena medida, el feminismo es tener que tomar decisiones y asumir sus contradicciones. Es ser.  

Mi posición aquí, es que, el feminismo no es condición para ser mujer, claro que no. De hecho, pienso que es mucho más importante la filosofía que el feminismo en ese camino del ser, y paradójicamente, una cosa termina llevando a la otra. Cuando se profundiza en el camino del feminismo, se termina por entrar en la filosofía, porque es la única manera de encontrar el sentido a su existencia y cuando se ahonda en el camino de la filosofía, ninguna mujer queda indiferente ante el deseo profundo de ser y esto la lleva al feminismo. Ahora bien, después de algunos años de lecturas, que son muy pocas para entender la complejidad del ser, pero suficientes para generar en mí mucha curiosidad, comienzo a poner en duda todos los principios que hubiera podido defender a capa y espada. 

El camino actual que toma el feminismo me decepciona profundamente. De algunas corrientes nuevas, pero muy populares, me molesta por ejemplo, la falta de cuestionamiento.  Me molestan estos movimientos “pop” que crean contenidos “especializados” para mujeres, presuponiendo que, un contenido serio no será comprendido por una mujer si no es con letras color rosa y emoticones en cada párrafo. Me molesta la infantilización de la mujer, que la sumerge en el mar de la dependencia. También me molestan las interpretaciones singularmente vacías, que entienden el feminismo como la defensa ciega de la mujer por ser mujer, asumiendo demasiado rápido su incapacidad racional para decidir por sí misma y defenderse a sí misma. Lo que reprocho a estas corrientes feministas es que terminan impidiendo que  las mujeres sientan la angustia de su existencia, queriendo facilitarles el camino ; que le impidan romperse en mil pedazos, para evitarle el dolor ; que le impidan cuestionarse, al punto de rechazar el mundo, para evitarle la infelicidad.  

El feminismo inteligente, converge en la búsqueda de igualdad (no voy a entrar aquí en detalles del tipo “somos diferentes por naturaleza”), de libertad y de plenitud. Ser iguales, libres y plenas, mujeres, necesita de muchísima voluntad. Si ustedes hoy piensan que son el igual de su “otro”, libres y plenas, las invito a cuestionarse. No porque no lo puedan ser, claro, pero porque frecuentemente es una cortina de humo la que nos impide sentir el vértigo del ser.